Queridos vecinos y amigos,
Hoy me siento a escribir estas palabras con una mezcla de tristeza y orgullo. Tristeza porque la chimenea de nuestra Central Térmica del Narcea ya no se alza sobre nosotros, vigilando el horizonte. Orgullo porque, a pesar de todo, seguimos aquí, de pie, como el pueblo que siempre hemos sido.
Recuerdo cómo aquel humo negro que salía de la chimenea del grupo uno, símbolo de trabajo y producción, marcaba el ritmo de la vida aquí. Sabíamos que, con cada bocanada de humo, se estaba generando empleo, y aunque hoy entendemos que no era lo más saludable, entonces representaba prosperidad. Recuerdo aquellos veranos de reparaciones, cuando venían trabajadores de Alemania, Francia y de toda España. Durante esos meses, el pueblo estaba más vivo que nunca. Gente entrando y saliendo, las pandillas de chavales jugando en los barracones mientras sus padres arreglaban las calderas y el ruido de las herramientas era un sonido casi familiar.
Las Fiestas del Cristo eran otro de esos momentos únicos. El pueblo entero se reunía, celebrábamos con música, procesiones, y por supuesto, buenos banquetes en nuestras casas. Las pandillas de amigos que se formaban en el colegio, que hoy ya es solo un reflejo de lo que fue este pueblo lleno de vida, siguen siendo recuerdos inolvidables para muchos de nosotros. Un pueblo con cine, piscina, supermercado, médico, equipo de fútbol, equipo de piraguas, gimnasio e iglesia. Sí, aquí no faltaba de nada. Hoy, al ver todo lo que se ha ido perdiendo, no puedo evitar preguntarme si algún día recuperaremos al menos una parte de esa esencia.
Pero también hay que recordar lo duro que fue construir esa central. No podemos olvidar a aquellos que dieron su vida en el proceso, que trabajaron y no regresaron a casa. Las generaciones que han vivido y trabajado aquí — cuatro generaciones, nada menos — hicieron de Soto de la Barca lo que es. La Térmica nos dio todo eso, y aunque ya no está, sigue presente en nuestras historias.
Lo que más me duele, y lo digo desde el corazón, es que no hemos sido escuchados. Los políticos se llenan la boca con palabras vacías sobre transiciones justas, mientras nuestro pueblo se vacía de oportunidades. Soto de la Barca no se merece desaparecer de esta manera. Tenemos que ser capaces de mantener lo que nos queda, y no lo digo solo por el trabajo, sino por nuestra historia, por nuestra comunidad.
El colmo de todo esto ha sido ver cómo se llevan lo poco que nos quedaba. La estatua de Don Higinio, símbolo del pueblo, fue robada, y no puedo evitar sentir una mezcla de rabia e impotencia. Nos quitan hasta nuestros recuerdos más preciados, y lo único que nos queda es esperar que, algún día, podamos recuperar todo lo que hemos perdido.
Desde La Casera, donde tantas historias han nacido al calor de un buen guiso, os digo que aquí estamos, y aquí seguiremos. Este restaurante, que ha sido testigo de los días buenos y malos de la Central, seguirá siendo un rincón donde recordar y, sobre todo, seguir adelante. Nos adaptaremos, como lo hemos hecho siempre. Mi abuelo lo hizo cuando la vida era solo campos de maíz, y yo lo haré ahora, sin Central, pero con las mismas ganas de que Soto de la Barca siga siendo un lugar donde la vida vale la pena.
Así que, a todos los que habéis pasado por aquí, a los que habéis trabajado, vivido, y amado este pueblo, os digo: la chimenea se ha caído, pero nosotros no.
Con cariño y esperanza,
Manuel Ángel, gerente del Restaurante La Casera, Soto de la Barca